7 de septiembre de 2007

Memoria de mis putas tristes


"El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás." En un nuevo acto de magia narrativa, el genial autor de Cien años de soledad nos regala una suntuosa y deslumbrante historia, cuyo lirismo y musicalidad apasionará a los lectores.

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Hay algo que no tiene esta obra de Márquez y las anteriores sí, y es el contenido ideológico político reflejado en El Coronel no tiene quien le escriba o La hojarasca, o la noticia novelada como en Crónica de una muerte anunciada o Noticia de un secuestro. Pero esta tiene algo que no tienen las otras o que lo tienen pero en pequeñas proporciones, y es el romanticismo, lo erótico, el alejamiento de las cuestiones políticas por el acercamiento a situaciones más sociales. Eso quizá se debe a porque Márquez está entrando en la etapa de su personaje, a esa edad de los ochenta y noventa años, y puede ser que sea a tal edad que el hombre se sensibiliza más. También es de reconocer su recuerdo, la permanencia de Colombia en su mente, pues los lugares existen, y desde un país lejano hay que tener mucha idiosincrasia o retentiva para trabajar sobre ellos. Insisto en la falta de palabras regionales tan utilizadas en otras obras, aunque eso no es del otro mundo teniendo en cuenta que vive en México y que su obra al universalizarse necesita de un lenguaje más general, sencillo y conocido. El Nóbel sigue dejándonos intrigados con sus historias y los personajes: de verdad me gustaría conocer a Delgadina. Además encontramos esa dosis de humor negro que siempre le imprime a sus escritos, la utilización del símil o la comparación, la personificación, el lenguaje poético y el sensualismo. Pero hay algo muy curioso y que me tiene intrigado: no veo putas tristes, el triste es el protagonista, el periodista viejo verde. A pesar que se rumorea sobre una pérdida de la imaginación o cese de esta en el Nóbel colombiano, esta novela nos demuestra todo lo contrario. Queda comprobado, además, que su realismo mágico aún no deja de estar vigente y cautivarnos entre las fronteras de lo real e imaginario. La universalización de la obra macondiana ha exigido al autor menor dependencia de los caracteres regionalistas y mayor sujeción a las palabras sencillas y conocidas por todo el mundo. Pese a lo anterior, no deja de olvidar a Colombia, relegándola al olvida, pues la presente obra se desarrolló en la ciudad de Barranquilla de este país.

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